Historias desde una Plaza Mexicana

Los mexicanos se reúnen como familiares, amigos, amantes y extraños en las plazas de México. Esto es lo que algunas de estas personas nos pueden enseñar.

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Los Mariachis surgieron de la nada.

“Es una tranquila noche de martes”, pensé. Mientras Noah se dirigía a su clase de español, encontré una banca en el parque en el lado opuesto de la iglesia, lejos de los turistas y los mariachis que les daban una serenata. "Seguramente, nadie me molestará aquí mientras escribo".

Apenas había escrito una palabra cuando un grupo de mariachis se acercó alegremente a mí mientras interpretaban “El Mariachi Loco”. "¿Es broma?", me pregunté a mí misma. Rápidamente me di cuenta de que los músicos no me estaban dando una serenata a mí, sino a la pareja sentada a mi lado.

Escribir estaba claramente fuera de cuestión. Si no podía luchar contra ellos, tendría que unirme. Así que cerré mi laptop y me les uní, cantando canciones clásicas mexicanas como “La Bikina” (la misma canción que cantan los mariachis en el video de arriba). Me reí, dándome cuenta de que momentos como estos son los que hacen ser tan especiales las plazas mexicanas.

La plaza principal en Dolores Hidalgo, Guanajuato

Las plazas son como las salas públicas de México. Han sido un espacio de entretenimiento, comunidad, celebración y debate en México por más de 4,000 años. Casi toda ciudad o pueblo Mexicano la tiene: un área abierta pavimentada que generalmente se extiende frente a una iglesia, llena de bancos ornamentados, fuentes y jardines. Los mariachis son un elemento entre muchos otros. Las plazas también tienen vendedores de comida y de globos, artistas callejeros, boleros de zapatos, parejas que se toman de la mano, gente que viene y va de la iglesia, familias, niños y turistas.

Las plazas fueron un tema central durante mi crecimiento en México. Fui bautizada en la catedral del “Zócalo”, la plaza principal más grande de la Ciudad de México. Cuando tenía 10 años, pasé muchas horas zigzagueando entre la multitud mientras patinaba en la plaza principal de Cozumel. A los 14 años, me tomaba de la mano con mi primer novio en “El Parque” de Puerto Morelos. Cuando tenía veinte años, fui testigo de apasionadas manifestaciones por candidatos presidenciales en el Zócalo (como cuando AMLO no aceptó su derrota en el 2006). Mi vida, como la de otros mexicanos, estuvo altamente definida por momentos en la plaza.

Esta es la pequeña placita en frente de la iglesia cerca de nuestro departamento. Nuestra perrita Lolis y yo pasamos horas aquí en las mañanas tomando sol.

Una colega escritora de Substack, Nora Selmeczi, de la relajante y estimulante publicación Enda Lettere, me preguntó recientemente qué tipos de sonidos de la naturaleza escucho o qué animales observo cuando me siento en la plaza cerca de nuestro departamento. Me di cuenta al responderle de que nunca es la naturaleza lo que me llama la atención. Más bien, es la gente.

Las plazas son un excelente lugar para sentarse y observar cómo las personas actúan e interactúan. “Jardín Allende”, la plaza principal de nuestra actual ciudad, San Miguel de Allende, ha sido un lugar particularmente fascinante para observar gente. Miles de personas, tanto locales como visitantes, recorren a diario esta plaza, disfrutando de la compañía de otros, escuchando música, comiendo algo dulce, o tomando fotos de la reconocida iglesia, San Miguel de Arcángel.

Una visitante intenta obtener la toma perfecta frente a la reconocida iglesia en Jardín Allende en San Miguel de Allende, Guanajuato.

Mientras estaba sentada anoche en esta plaza, observando a la gente mientras disfrutaba de mi helado de fresa, me pregunté a mi misma: ¿Qué podemos aprender unos de otros en una plaza mexicana? Pensé un poco y esto es lo que ha se destacado para mí en Jardín Allende:

En una plaza mexicana, podemos inspirarnos unos a otros a ser audaces y valientes.

No fue la música de mariachi lo que más me deleitó aquella noche cuando intenté escribir. Más bien, fue el hombre que se puso de pie frente al grupo de mariachis para darle una serenata a su esposa. Su voz era buena, pero no particularmente increíble. Y, sin embargo, los espectadores aplaudieron con entusiasmo después de cada canción, probablemente pensando como todos los demás, "¡qué romántico!" y "Ay, nunca podría yo hacer eso".

El hombre valiente le da una serenata a su esposa en público mientras los mariachis lo respaldan

Noah me ha estado pidiendo que cante con los mariachis yo también. La idea me provoca mariposas violentas en el estómago. Si lo hago o no estará por verse, pero lo cierto es que este hombre valiente que le dio serenata a su amada me recordó que hay más que ganar en la vida (como la admiración de tu esposa) que perder cuando dejamos de preocuparnos tanto por lo que piensan los demás.

Veo a otro hombre valiente en la plaza todos los jueves, viernes y sábados por la noche. Uno de los restaurantes lo contrata para cantar canciones mexicanas a los clientes. Ahora, este tipo es bueno y se le debería de pagar por cantar. Lo que me parece atrevido no es su canto sino su título: él se hace llamar “La voz de San Miguel de Allende”. Según él, su voz es LA VOZ de este pueblo y no la voz de nadie más.

La audacia del cantante me hace reír y preguntarme: ¿y si todos compartiéramos nuestros talentos así con tanta confianza en nosotros mismos? ¿De qué crecimiento, entretenimiento o inspiración nos estaremos perdiendo por la timidez o miedo que siente alguien al compartir su talento? El hombre que dio la serenata y “La voz de San Miguel de Allende” nos recuerdan que el mundo no se acabará si tenemos un poco más de agallas y compartimos nuestro talento orgullosamente (incluso, ¡alguien tal vez pueda escribir sobre ti en su publicación, como yo!).

En una plaza mexicana, podemos aprender a conectarnos unos con otros y sentirnos menos solos.

Anoche, mientras estaba yo sentada en el Jardín Allende pensando en qué tanto me pueden enseñar los seres humanos de este lugar, una pareja mexicana se sentó a mi lado. “Están un poco cerca”, pensé. “Buenas tardes”, me saludó la esposa. Cortésmente asentí y respondí “Buenas tardes”. Estaba ansiosa por volver a la profunda reflexión que ella había interrumpido. Me sorprendió cuando, dos horas después, todavía estábamos platicando e incluso intercambiamos datos de contacto para poder reunirnos en unas semanas. Ahí mismo estaba la lección que yo buscaba.

En lugar de sentirme irritada, me despedí de esta encantadora pareja con muchas ganas de volver a verlos. Me sentí feliz de haber hecho nuevos amigos. Qué linda conexión humana me hubiera perdido si me hubiera parado y dejado el banco cuando esa pareja se sentó. Al despedirme, me pregunté a mi misma: ¿Cuántas conexiones humanas enriquecedoras nos hemos de perder cada vez que ignoramos a las personas que nos rodean?

En lugar de enterrar la cabeza en el celular o encontrar un banco solitario, un simple saludo de "buenas tardes" invita a establecer una conexión con alguien más. No tiene que ser una conexión profunda o de largo plazo; puede ser simplemente una conexión que nos haga sentirnos un poco más unidos y menos solos, aunque sea por un par de horas. Estoy descubriendo que la mayoría de las personas en el mundo son amables. Están buscando conexión humana tanto como yo. Quizá esta tarde que regrese al parque, me sentaré valientemente al lado de alguien, y seré yo quien moleste a otros con un amistoso saludo de “buenas tardes”.

Los bancos del parque en la plaza invitan a uno a sentarse y compartir un saludo amistoso.

Las plazas mexicanas pueden enseñarnos a desacelerar el ritmo y disfrutar del momento presente.

Soy la única persona que he visto en el Jardín Allende con una computadora. Ese martes por la noche fue la primera y última vez que intenté trabajar en la plaza. Rápidamente aprendí que hay una razón por la cual las plazas tienen bancos y no mesas: es mucho más agradable sentarnos y mirar hacia el mundo a nuestro alrededor, absorbiendo el momento presente.

Una quinceañera preparándose para las fotos frente a los escalones de la iglesia en Jardín Allende

Al dejar mi laptop en casa cuando voy a la plaza, he podido captar momentos hermosos y entretenidos como estos:

• La hermosa quinceañera arreglándose el vestido para su sesión de fotos frente a los escalones de la iglesia

• Una familia riéndose juntos en un banco mientras disfrutan de su sencillo picnic de ceviche y tostadas

• Las chicas “fashion” tiradas en el suelo sucio tratando de tomar la foto perfecta para sus "historias” de Instagram, totalmente ajenas a las risas de los espectadores

• La mujer mayor partiendo el pan de su desayuno para alimentar a los pichones que se reunían a su alrededor

• Los hombres sentados sobre viejas cubetas de pintura afuera de la puerta de la iglesia para escuchar misa cuando la iglesia estaba llena

Cada día está lleno de pequeños momentos humanos que son extraordinarios. Fácilmente nos los perderemos si estamos demasiado apurados o distraídos.

Aunque no tengas una plaza o un parque cerca de ti, te invito a considerar: ¿en qué lugar y a qué hora de hoy podrás detenerte por unos minutos, dejar de “hacer” y simplemente “ser”?

Para responder a mi pregunta original, hay mucho que podemos aprender unos de otros en una plaza mexicana. La valentía, la conexión humana, la alegría, el buen humor, la generosidad y la perseverancia son rasgos humanos que podemos enseñarnos a practicar e inspirar en cada uno de nosotros. Todo lo que tenemos que hacer es dejar esa laptop o el celular, levantar la cabeza y observar.

Lolis y Karla caminando hacia el Jardín Allende en San Miguel de Allende, Guanajuato
Aventura Road es una publicación bilingüe y gratuita creada por una pareja nómada mexicana/estadounidense acerca de viajar, ser curioso, entendernos como seres humanos, y decir "sí" a la aventura. Nos encontramos actualmente escribiendo desde el estado de Guanajuato, México.

Karla es una Mexicana/Estadounidense y es escritora de viajes y ficción. También es coach de vida y de carrera para mujeres. Karla es la mitad de Aventura Road, una pareja casada de nómadas que viven en un “camper” y viajan 100% del tiempo. Karla es la escritora y Noah el fotógrafo de esta publicación.

Sigue a Karla en Instagram @karlaexploradora.
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Karla Parra